A la vez transcurre en medio de una tensa situación económica, que suma los efectos acumulativos de un período tan adverso, tanto en materia de suministros, ofertas de bienes y servicios, y la ya conocida y tan molesta emergencia en la generación de electricidad.

Combinar tales limitaciones con esta oportunidad de festejar la vida que comienza a tomar su nivel no es asunto sencillo. No serán posibles ni a nivel social ni posiblemente familiar, planes tan ambiciosos como en otras épocas.

Pero se percibe en la gente esa necesidad y ganas de desconectar, como decimos popularmente, y hay que facilitar todo lo que sea posible esa expectativa tan humana.

En estos días, por ejemplo, en el edificio multifamiliar donde vivo, hace unas tardes atrás pusieron música desde uno de los apartamentos de los bajos para que toda la tropa adolescente de la cuadra bailara un rato. Qué bien, comentamos los vecinos. Es preferible que se diviertan así cerca de casa, con tranquilidad, sin las odiseas del transporte o los gastos que presionan a madres y padres.

Porque no hacen falta muchos recursos a veces para conseguir opciones que interesen a diversos segmentos de la población. Eso no niega, por supuesto, que haya alternativas de mayor elaboración artística y cultural, como conciertos u otros espectáculos; ni momentos de festejos populares donde sea prudente.

Pero el espacio comunitario tiene que liderar los empeños de este verano, y en cada barrio hay que ponerse a pensar en esas posibilidades que con frecuencia subestimamos, a pesar de que en la práctica pueden incluso resultar más reconfortante para muchas personas, no importa la edad.

Todo sin olvidar que también hay una parte de la ciudadanía que continúa sus labores cotidianas, precisamente para garantizar el bienestar del resto de la población, por lo cual constituye un deber mantener el respeto al descanso ajeno, los límites en los horarios de las actividades lúdicas y los alcances espaciales de esas ansias de juego y diversión que se pueden satisfacer con medida, sin perjudicar la coexistencia pacífica a la que todo el mundo aspira.

En los barrios con mayores vulnerabilidades donde ya existe un programa de mejoramiento social, las entidades que los apadrinan o respaldan tienen que también pensar en estos meses en ese aporte extra en materia de recreación, de acuerdo con la disponibilidad que exista y también de los intereses y preferencias de esas poblaciones.

En fin, que cada quien tiene que poner lo mejor de su parte para que en estas vacaciones de verano tengamos el mejor esparcimiento que se pueda lograr, en correspondencia con los tiempos difíciles que corren, pero también de las alegrías que renacen.